jueves, 24 de septiembre de 2015

Prefiero a los piojos que a Los Piojos


I.
Mis vecinos escuchan a Los Piojos. No hablo de una escucha recreativa: es consumo problemático. Creo que escuchan a Los Piojos todos los días. Están tan pasados que les llamo Los-vecinos-que-escuchan-a-Los-Piojos. Posiblemente sea un detalle menor, pero es uno de esos que me obligan a poner una barrera prejuiciosa y casi biológica ante algunas personas, como si uno de los dos fuera mineral y el otro vegetal. Puedo entender a alguien que baila cumbia (aunque yo no baile, o baile para adentro), pero no a la gente que usa una remera con una chala, o a la que se alista en el Ejército voluntariamente, o a la que escucha a Los Piojos. Los sábados hacen asados eternos y merqueros en su azotea, que por una desgracia arquitectónica apunta a la ventana de mi cuarto, como un anfiteatro pero con olor a vaca muerta a las brasas. Y música de Los Piojos. A veces duran hasta la noche. Algunos días se ve que se levantan experimentales y ponen un par de temas de la Bersuit, pero no más de dos. Se ríen con complicidad con "devolvé la bolsa" o ponen pausa para cantar alguna canción futbolera. Pero siempre vuelven a Los Piojos, como esos fantasmas que se pueden apartar un poco pero no mucho de lo que estaban haciendo antes de morirse.

II.
Yo era chico y ella era rara. Le dediqué un amor platónico que se parecía bastante al aburrimiento. Era rubia y su hermano era pardo, y siempre preguntábamos cuál de los dos era adoptado. Cortamos el chiste el día que murió su padre. Esa tarde ella fue al liceo igual. La mía fue una adolescencia con más muerte que sexo, drogas o rock. Con esta gurisa una vez nos prestamos discos. Ella me dio "el mejor de Los Piojos". Yo estaba colgado con el Unplugged de Nirvana y me pareció que lo mejor de Los Piojos era de lo peor. En esas épocas jodíamos con cantar "oh, oh, Han Solo" en el estribillo de "Tan solo". Yo le di el Otra Navidad en las trincheras. Nunca hicimos la parte de devolver, que es lo que define un préstamo y lo diferencia de un regalo o un robo. Tardé poco en darme cuenta de cómo me cagó. Con lo de los discos, digo.

III.
Escucho "uoh bamba uoh bamba uoh bamba" y no puedo evitar el flashback. Los 90 eran tan raros que fue el tema del verano del 96: mi familia durmiendo apretada en la camioneta blanca y enorme de mi tío chanta, vacaciones baratas en Aguas Dulces, playas con barro abajo de las olas, mi hermana pisando un erizo de mar, mi hermano sangrando por un anzuelo que le atravesó la parte más blanda de la mano como carnada. Abro una ventana de incógnito de Chrome para que la búsqueda no me contamine el historial, y descubro que la canción se llama "El farolito" y que tiene estrofas y estrofas de letra que nunca conocí, a pesar de que la canción tomó todas las radios y los balnearios como un virus, antes de el adjetivo viral se volviera viral. Me doy cuenta de que siempre canté "un favorcito de ilusión" donde dice farolito, como los giles que más o menos en la misma época cantaban "yo no soy tu prisionero y no tengo alma de dolor", cuando es obvio que dice de robot. Termina la canción de Los Piojos y Youtube me lleva a otra, y otra, y otra, y no encuentro nada, ni letra ni música, que me resulte mínimamente dulce, salvo la frase "tengo los ojos de Darín". Creo que también me molesta que el logo-bichito no sea un piojo. Cierro y me dedico a hacer nada durante un rato, pero cuando estoy lavando platos que ya se habían vuelto inquilinos de mi cuarto me descubro tarareando "dame un poquito de tu amor / que no viene mal". Miro la espuma y la espuma me devuelve la mirada.

IV.
Con Juan Peirano tenemos un chiste: "Prefiero a los piojos que a Los Piojos". También se aplica a Los Buitres. No sé cuál de los dos fue el de la idea, pero tampoco me quita el sueño. Nada me quita el sueño. A veces la gente roba chistes y a veces uno roba chistes sin darse cuenta. Me voy a empezar a preocupar el día en que los chistes aporten en AGADU.

V.
Llego a casa. Es una madrugada levemente ebria y de emociones pasadas por licuadora. Antes de apuñalar la reja con la llave ya escucho el bardo que hay en la azotea-anfiteatro. Pero esta vez Los-vecinos-que-escuchan-a-Los-Piojos fueron un poco más lejos: instalaron un proyector que escupe imágenes de un DVD de Los Piojos sobre MI PARED, la del entrepiso de casa. Parece joda. Ahora ya no sólo son los que escuchan a Los Piojos sino que los consumen en formato audiovisual. No me sorprendería que picaran chiquito los librillos de los discos y también se los metieran por la nariz. Es demasiado tarde y los temas pasan como un par de noches atrás en la lista de Youtube. Yo no quiero dormir pero me molesta que otra gente decida lo que tengo que oír. Suena el tema "Como Alí" y yo tengo el enojo de Darín. Suena "El farolito" y pienso que una chumbera no me viene mal. Suena "Desde lejos no se ve". 

Pero desde acá se escucha, hijos de puta.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Nueva York no se iba a mover


Hace 14 años y siete meses yo era un quinceañero imberbe. Literal: me afeité la noche anterior a viajar a Estados Unidos, como si librarme de mi aún tímida barba me ayudara a convencer a los de Migraciones de que este pendeho latino no se iba a implantar en su país para robarle el trabajo a sus fellow americans.

Allá me compraría la guitarra Squier strato que inauguró mi carrera de músico frustrado. Allá me alojaría en la casa de una tía política hoy muerta. Allá recorrería junto con mi abuelo preferido y hoy muerto las calles de Jacksonville, una localidad de Florida que parece estar siempre durmiendo la siesta. Allá conocería el aeropuerto de Dallas, Texas, tan monstruoso que había que tomarse un ómnibus interno para ir de un andén a otro. Viajar dentro de viajar. Allá iría en un avión minúsculo hasta la ciudad de Virginia y vería por primera vez la nieve. Allá me preguntaron si quería conocer Nueva York o Washington y elegí la puerta número dos, con sus museos repletos de fósiles de dinosaurios y trajes de astronauta que fueron y volvieron del espacio con una persona adentro. Creo que dije que en un viaje futuro iba a poder elegir la puerta dos. Que Nueva York no se iba a mover. 

Siete meses después, hace exactamente 14 años, Nueva York se movió. Yo tenía 16 años, barba de siete meses y un arrepentimiento turístico que sólo fue superado, años después, por la culpa de no haber pasado tiempo con alguna gente que al final se evaporó, pero sin ruidos.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Son ocho los monos



(O apuntes sobre Sense8, 
una serie de la que vos -sí, vos- escribiste tan bien.)


Sense1. ¿Cómo darse cuenta de que algo (pongámosle, la televisión) está atravesando una edad dorada? Respuesta: cuando nadie dice "esto está atravesando una edad dorada". No todo el oro brilla. A veces está enterrado. A veces son vetas que se cuelan en otras materias, como rendijas en 3D. A Veces lo que brilla es un baño que recubre la alpaca, que es 60% cobre, 20% níquel y 20% zinc. A veces el oro de hoy es el hambre para mañana. A veces la genialidad no brilla -no es brillante-. A veces se comete el error de manotear materias primas que brillan y generar una cosa nueva pero fea, dolorosa, opaca, residual. Alquimia al revés.

Sense2. Es un mundo nuevo, eso sí. Un mundo en el que tuvimos que nombrar procrastinar a cosas que hacemos desde hace siglos. Un mundo en el que procrastinar ya no es postergar actividades sino una actividad en sí misma con recreos para hacer otras cosas. Un mundo en el que es mandato autodefinirse antes de generar obra. La corriente que pretendo inaugurar. Los preceptos que si aguantan un rato demuestro que vine a romper. Mi generación. El artista al que le molesta la crítica es el artista sincero: el que da un discurso pretende que sea ese mismo discurso el que ordena otros. Estamos viendo la historia por streaming y nadie quiere esperar a que los hechos ya sean pasado para definir una era, una época, una edad. Pero el árbol no sabe qué es un bosque, y el único psicoanalista que se podía analizar a sí mismo era Freud, porque no había otro. Es decir, el valor de tomar distancia para rotular. La edad de lo que sea siempre está ubicada atrás. Entonces se vuelve vital desconfiar de las edades doradas. No sé si estamos en la edad dorada de, pongámosle, la televisión. Capaz estamos en una era de alpaca. Que lo decidan los televidentes que todavía no nacieron.

Sense3. La tele que ya no es el televisor, y no debería sorprender a nadie. La canción "Video Killed the Radio Star" no podía predecir (no se puede hablar de la historia mientras muta, no se puede diagnosticar a un paciente que no para de correr por el consultorio) que hoy Pettinatti, estrella de radio, ofrece manos y se agarra de codos mientras los videoclubes que quedan en la ciudad se van apagando como si fueran los últimos soles del espacio muriendo de frío y las cintas de Cinemateca coleccionan humedad. (La canción, perdón la procrastinación, tiene una frase preciosa: "En mi mente y en mi auto / no podemos rebobinar; así de lejos llegamos.) Se leen menos diarios porque los portales se leen en los celulares. Si las radios de los autos y ómnibus tuvieran internet, ¿estarían muertas las estrellas de radio? ¿Y si todas las teles tuviesen Youtube? ¿Los programas de tele que suben hasta los Everest de los ratings siguen vivos por su poder para tocar nervios populares o porque son parte de una experiencia colectiva-colectivizable? ¿No hay nada de presión social, de rito grupal, de pulsión que no se saborea si no es compartida, que es común entre Showmatch y Game of Thrones? ¿Será tan diferente quedar afuera de las conversaciones en el trabajo al otro día de un programa de Intrusos que tener que esquivar spoilers a la mañana siguiente de un capítulo de The Walking Dead o no tener oportunidad de colar ni una palabra en una charla por no haber visto nunca True Detective para comparar la temporada uno con la dos?

Sense4. Lost cambió todo. Estoy casi seguro de que la primera vez que vi a una mujer linda hablar sobre viajes en el tiempo fue gracias a esa serie. Después vendrían los dragones y los zombis (tópicos que uno asociaba a su grupo de adolescentes con poco sexo y mucho tiempo libre encima que gastaban tardes y noches de sábado enteras jugando Dungeons & Dragons), y hasta llegaría Sherlock Holmes. Cuando las mujeres lindas hablan de magia, uno se tienta no sé si a entregar una medalla de oro a esta era pero por lo menos prometer la de plata. Lost también tuvo sus defectos enormes. JJ Abrams y Damon Lindeloff la hicieron mejor que los artistas: en vez de pretender que su discurso los ordene todos, se preocuparon de que el discurso siempre quedara abierto. No se podía sacar conclusiones sobre Lost porque cada capítulo -como la historia- no era una burbuja cerrada sino una ameba sin límites claros. Un después te explico que duró seis temporadas. Y a la vez se podían extraer cientos de teorías, alimentadas por la promesa de que cada una de esas preguntas que crecían como fractales se iban a cerrar, porque todo estaba pensado desde el principio. Y nos re cagaron. Ahí su genialidad, su brillantez. Mucho más que astucia comercial: crearon una serie sin género definido (la temporada uno es drama aventurero, la cinco es ciencia ficción, la seis es sobrenatural) que nubló la capacidad de predicción de los que conocen las reglas de los géneros. Con fallas y todo, Lost fue una revolución. Y la historia ya se encargó de que sepamos qué pasa cuando se intenta copiar una revolución en vez de crear una nueva.

Sense5. Si el adjetivo sobrevalorado no estuviera sobrevalorado, se la aplicaría a los hermanos Wachowski. Jupiter Ascending fue un intento fallido de hacer ciencia ficción para adolescentes de manera inteligente, y Cloud Atlas fue una ambición desinflada. Las Matrix dos y tres fueron un robo. Es como si el hype (el darles color) después del éxito de la uno hubiese ido perdiendo vuelo hasta rasar el suelo. Si Fincher, Soderbergh y Del Toro (Guillermo) hacen cine y se lanzaron a hacer series, ¿por qué no? Ahí aparece el primer gran problema de Sense8, la nueva apuesta de Netflix: para ser una serie de dos realizadores que tanto brillaron por la potencia visual de sus películas, es más bien vaga, poco arriesgada. Los grandes planos épicos son más bien esporádicos, y no hacen más que darle un aire de solemnidad a unos guiones que ofrecen muy poco a cambio. La historia es: hay ocho personas desperdigadas por el mundo que están conectadas por cierta telepatía que los une y los confunde. Una ejecutiva coreana ve una gallina que revolotea en su escritorio que en verdad se está escapando de un chofer keniata. Una DJ islandesa ve a un policía traumado de Chicago que está en otro continente. Uno come y otro puede saborear. Uno se falopea y otro viaja. Uno chupa y otro tiene resaca. Uno promete y otro traiciona. Algo así como "Lejana", ese cuento de Cortázar, pero por cuatro y sin ese componente dopplegänger que tanto le gustaba al padre de los cronopios y de otras cosas mejores.

Sense6. En Sense8 hay gente que quiere hacer algo con esos ocho raros, y otra gente que los quiere matar. Una premisa con poca sorpresa para el que conoce la ciencia ficción de telépatas, pero que intenta sorprender al mismo tiempo y dejar un discurso abierto y de interrogantes que se ramifican. Para que no queden dudas de dónde está la inspiración, aparece el actor que hace de Sayid en Lost. El tema es que no se puede hacer una revolución sobre otra. En general, a eso se le llama contrarrevolución. Y que un programa de tele se tome tan en serio parece algo viejo en tiempos en los que los habitantes de Westeros brillan por sus diálogos filosos e irónicos, los detectives posta ("true") desgarran las reglas del policial y tanto el cagador profesional de Frank Underwood como el hacker esquizo Elliot Anderson se sinceran mirando y hablándole a la cámara, descascarando la cuarta pared. En este contexto/era, Sense8 es insensatamente conservadora, tradicional, enferma de tomarse demasiado en serio. De eso murió también Constantine, una serie asexuada y solemne basada en uno de los mejores cómics de la historia, que protagonizaba un mago bisexual y sarcástico de tiempo completo: una prueba de alquimia, pero al revés.

Sense7. En Sense8 hay un actor gay en el clóset y una chica trans que se operó y se volvió lesbiana. Se dio vuelta el juego. Ganale a eso en diversidad. Si Lost era insoportablemente hetero (recuerdo que el único gay que aparecía era el veterano de los Others; vamos, ¿que mejor situación para probar cosas nuevas que estar atrapados en una isla?), Sense8 parece querer alcanzar de atrás a la nueva agenda de derechos, como si que una obra refleje lo que pasa en su tiempo no fuera una consecuencia sino una actitud, un esfuerzo, la aplicación de una ley de cuotas. No es (como siempre ha demostrado Doctor Who) una pincelada más en cuadros de personajes complejos sino un casillero: la primera vez que aparece la lesbo-trans está tijereteando con su novia, y el macho gay refracta los coqueteos de una colega actriz en una escena del primer capítulo. En el mes de la diversidad, yo la imagino como un gradiente de colores que van del blanco luz al negro más estremecedor. No me la figuro como una bandera de sólo siete colores. La diversidad es más que pintura fresca sobre un letrero que dice Montevideo: es la ficción transitoria de que existe un lugar del que nadie queda afuera.

Nonsense. Otra diversidad, la racial-étnica, fue uno de los grandes atractivos de Lost. En ese vuelo de Sidney a Los Angeles hay latinos, africanos, yanquis (muchos), australianos, ingleses y hasta un perro. Un accidente nada accidental (el azar y el destino, dos en uno) reúne a un conjunto de desconocidos que luego se vuelve grupo (como en Viven pero con palmeras en vez de nieve), y pronto se descubren conexiones que son más que coincidencias. El destino es multicultural, y conecta a seres de alrededor del globo como un anillo luminoso que rodea todo el planeta. We are the world / we are the children. En Sense8, en vez de ser un plan de algo superior lo que conecta a la gente, es una conexión mental capaz de hacer que un mujer india sienta efectos de drogas que nunca va a probar o que un yanqui conozca algo tan raro como la pobreza de verdad, la africana. Pero en Lost, aunque los acentos no necesariamente fueran los correctos, los latinos hablaban en español y los coreanos en coreano. Lo más sobrenatural de Sense8 es que los une el conocimiento del inglés. Todos hablan inglés. El africano pobre que se rebusca para comer parece haber aprobado el First. La coreana habla inglés. Los alemanes y los indios hablan inglés entre sí. El actor mexicano vive en el DF pero habla todo el día inglés. En la serie hay un hacker, una farmacéutica y un chorro especialista en abrir cajas fuertes, hay gays y heteros, hay estudiantes y ni-nís, pero no alcanza: Sense8 es una prueba de cómo en medio de una supuesta edad dorada se puede hacer una ficción diversa, multicultural y ajustada a la corrección política, y aún así lograr una ficción imperialista.


martes, 23 de junio de 2015

Pavimento del buen abuelo



"You're so beautiful to look at when you cry
freeze, don't move
you've been chosen as an extra
 in the movie adaptation 
of the sequel to your life"

Siempre vuelvo a ese tema de Pavement. Habla de una primera cita con ostras y pagar la cuenta en partes iguales. Nada que ver con el clima de hoy, ni el meteorológico ni el otro. El disco salió cuando yo tenía 12 años. Ahora escarbo y no encuentro recuerdos de esa época, ni siquiera un clima. Conservo datos biográficos sin alma -en qué año de escuela estaba, quién era el presidente- y el primer disco que mis diez dedos doceañeros tuvieron como propiedad. Era el Orozco, de León Gieco, mucho más triste que la canción que lo hizo famoso. La escenita, fuera de contexto como si esto fuera Boyhood, es en una hamaca paraguaya en el campo de mis abuelos en Soca, el lugar más lejano al que me permitían ir solo en ómnibus con esa edad. Alguna vez me pasé de parada y terminé dos kilómetros más cerca del fin del mundo, lo que en ese momento se sentía como estar irremediablemente perdido para siempre, pero que mi abuelo solucionaba rápido en un viajecito de su moto ruidosa, que años más tarde me dejaría manejar para ir al pueblo por la ruta, sintiéndome un dios motorizado. Me acuerdo de ir atrás en la moto, agarrado del abuelo en un abrazo avergonzado, respirando aire de campo y olor a abuelo. Me acuerdo del perro Bobi, hilo conductor de la infancia, que le hizo honor a su nombre y se tiró al pozo de agua, de donde lo sacaron hecho una bolsa oscura y ahogada de piel y huesos. Me acuerdo de que el abuelo, mentiroso como si su oficio fuera ése y no la carpintería -la profesión de la familia, que yo vengo a ser el primero en discontinuar con herejía-, mentía que había un cocodrilo en el fondo del pozo, como no fueran suficientemente escalofriantes los metros incalculables y la negrura húmeda que veíamos cada vez que nos asomábamos al borde del cilindro de ladrillos injerto en la tierra, armados de cagazo y valor. Me acuerdo de los gallos que nos clavaban sus espolones en los tobillos y de los terneros que abandonaban la simpatía cuando se convertían en vacas o que se vendían cuando mutaban en toros. Me acuerdo de los campamentos, del perfume del eucaliptus y del monte que -eso era verdad- escondía gatos monteses, de matar latas ya sin arvejas con una chumbera inofensiva, de plantar un carozo de ciruelo y verlo convertirse en un árbol que parecía siglos más viejo que yo, de los huevos caseros de gallinas sanas y con yemas naranja como un atardecer de embole infantil mientras los adultos pescaban, de comer las verduras que paría el huerto, de la máquina de cerrar latas de tomate para que ingresaran en conserva. Me acuerdo de desmenuzar el librito del disco y aprenderme todo el tema "Ojo con los Orozco", de más de cinco minutos de duración y una sola vocal. Me acuerdo de querer sorprender a los adultos y lograr la limosna de atención que les quedaba libre los domingos de un fútbol que todavía no entiendo.

Hoy el abuelo no va a volver a la casa de campo.

A los dos, al viejo y a la casa llena de arañas, les debo las pocas escenas de 12 años en la adaptación fílmica de la secuela de mi vida. Y capaz le debo un poco más. 

Un chau seco, porque no hay bebida en casa y porque I'm 
not
beautiful
to look at
when I cry.

24/5/2015



Triálogo con abogado y un desconocido raro


Desconocido raro: Los bomberos son la Policía del fuego.

Fd: ¿Sí?

Desconocido raro: Sí, legalmente en el acta fundacional se les llama así.

Abogado: No tiene mucho sentido. Si la Policía hiciera con los criminales lo que hacen los bomberos con el fuego...

Fd: ...la gente hablaría.

Abogado: ...se quejarían los de los derechos humanos.

[Ruidos de gente limpiando la casa después de la fiesta.]

Fd: Los bomberos serían más bien los Escuadrones de la Muerte del fuego. Creo que esa es una buena conclusión y es una creación colectiva de nosotros tres. Lo tratamos muy mal al fuego. No lo dejamos vivir. ¿Qué hizo para merecer todo eso?

Abogado: Mata todo.