martes, 15 de enero de 2013

J.D. Salinger en Barrio Sur


No debe ser fácil ser Franny Glass, posta. Digo: no debe ser fácil ser Gonzalo Deniz. Franny Glass tampoco. Mejor ser alguno de los protagonistas de El guardián entre el centeno que de Franny & Zooey, esa especie de Demian de Hermann Hesse multiplicado por dos en líneas narrativas y dividido por mucho más en intensidad, en cojones. 
Igual: no es fácil ser Franny Glass.

(Este blog fomenta el uso de los dos puntos.

Regla número uno:
Los dos puntos son buenos.)

No es fácil. "No es fácil mantener el equilibrio", cantaba Tabaré Rivero. Y no es fácil ser Franny Glass. Los que escuchan La Tabaré creen que es música snob, y los que escuchan a los Psiconautas creen que se volvió demasiado popu. Franny Glass, ahí en el medio, entre los habitantes La Ronda y la gente normal, entre el hipsterismo y la canción urbana montevideana. Entre el micrófono y la penumbra. Es el que inauguró toda la onda de la "música medio rara" (Fabrizio Rossi dixit). El primero que logró cierto reconocimiento "cantando mal" y cagándose en el sonido profesional y pasteurizado al que apostaban la mayoría de las bandas en 2007, cuando salió Con la mente perdida en intereses secretos, y pocos le daban bola (entre ellos Gabriel Peveroni, que lo invitó a participar en uno de esos especiales de Tevé Ciudad de cuyo nombre no puedo acordarme. Ahí fue que lo descubrí. Era un domingo de siesta y spleen. Estábamos en la cama con una ex, que en el momento no lo era pero estaba inevitable y tristemente cerca. Hacía mucho que no cogíamos, y eso nunca es buena señal. No era. No me acuerdo, pero conviene a la narrativa que estoy desarrollando decir que estaba nublado. Sé que su música me pareció un poco fea pero atrapante, como un accidente visto desde el bondi que uno no puede dejar de mirar por más que está mal. Cama, nada de sexo, depresión a cuestas, mudanza reciente, futuro borroso; creo que nos gustó Franny Glass porque éramos como un tema de Franny Glass). Este párrafo se fue largo. Enter.

El tipo de la voz rara, solo con su guitarra, como un Dylan con más neurosis y menos drogas. El que se hizo visible traduciendo al uruguayo a Belle & Sebastian. El que fue trampolín para que los ojos se posaran sobre los pibes que defendían sus cancioncitas solos, sin solos, en boliches de porquería pero con cojones, como Hesse. El que sentó el precedente para que hoy Tres Pecados se haya filtrado en el mundo exterior o para que sonara la hermosísima banda Julen y la Gente Sola. El que se garchó el terreno para que después le dejaran la plata en la mesita de luz antes de irse. Posta, debe ser un arquetipo del comportamiento humano. Jung debería haberlo estudiado. Todos, en algún momento, odiamos a algún artista que alguna vez quisimos, a los que alguna noche nos salvó la vida. Me pasa con los Redondos. Cuando tenía 15 me enfermé y saqué todos sus temas en la guitarra. Creo que me quedan tres o cuatro que no sé. Al poco tiempo se separaron, y tanto Skay como el Indio sacaron muchos discos no tan buenos. Hoy no los puedo ni escuchar. Debe ser algo como una necesidad, la de sentirse traicionado. Porque sentirse traicionado implica que la culpa es 100% del otro, y eso implica que somos los buenos. Es fácil sentirse traicionado. No es fácil ser Franny Glass. 

Capaz por eso Franny Glass no es Franny Glass: es un proyecto, una ficción, un personaje. El hombre detrás del vidrio es Gonzalo Deniz. El tipo que, en tiempos en que la extroversión era obligatoria en la música nacional (ahí está Tabaré Rivero, histriónico hasta el hartazgo, con una puesta en escena teatral, "merquera", vibrante al borde del Parkinson) cultivó la figura del hombre flaco, del loser, del tímido, del introvertido, y en base a eso armó una efectivísima shoegazer performance, un universo lírico que se animaba a ser local de una manera bastante novedosa ("No promeras más que volvés / pasé Turismo en cama / con una tele en la que sólo se veía Canal 10", canta en "Fin de semana"; también ahí hace alusión a Volver al futuro III: referencias uruguayas y referencias pop, sin necesidad de hablar del mate o la rambla, pero sin miedo a sonar demasiado vernáculo. Éste es un paréntesis largo. 

Regla número uno:
Los paréntesis largos son buenos.)

Hay uru y también hay anglo. Los tics del folk son omnipresentes en sus dos primeros discos (Hay un cuerpo tirado en la calle, de 2009, es el segundo). Rasgueos a lo Leonard Cohen y letras cantadas como a desgano a la Daniel Johnston. Por eso es que me sorprendió muchísimo El podador primaveral, de 2011. En ese disco, Salinger se deja de joder entre pastizales altos y sale a pasear por Barrio Sur. Es muy paradójico que sea un español, Xoel López, el que le saque el uruguayo de adentro a Deniz. El Franny que hasta el momento no se había animado a salir del rasgueo mínimo, de cantar para adentro, del agregado tímido de alguna guitarra eléctrica o alguna percusión esporádicas, en este disco se convierte en un tipo que canta a veces con virtuosismo ("El ojo de la tormenta"),  a veces con desfachatez ("Estás equivocada en darle las gracias a Dios"), a veces como el Franny de antes ("A través de mí"), pero que en todo caso amplía el registro. Hay también más densidad de arreglos, como le gusta a López: programaciones, ruiditos, instrumentos que aparecen y se van, teclados que tocan un par de notas, voces varias de Deniz sobregrabadas. 

Hay también un poco más de huevo en las letras. Hay huevo y cursilería, claro, porque Franny Glass es cursi. Es clase media para arriba, es relaciones de pareja pintadas con una pincelada de burguesía, es histeriquismo (pero no tanto como en Mersey, el proyecto paralelo de Deniz), es lumpen en tiempos en que el marxismo mismo es medio lumpen. En "Ey, canción", Franny Glass le  canta a una canción que escuchó en la radio y le pegó, pero no recuerda ni su nombre ni su autor. Una metacanción. Como regalarle una mina a una mina. En el tema que da nombre al disco, tristísimo y por eso hermoso (advertencia: no escuchar en un bondi interbalneario en la ruta el día de tu cumpleaños en medio de una crisis existencial. MSP.), Deniz compila momentos jodidos, lo más jodidos posibles para alguien que nunca pasó hambre y que no tuvo viejos que lo cagaban a palos. Descubrir que papá es Papá Noel, que un compañerito de clase buchonee de quién gustás, un cumpleaños sin torta. Años 90, nena. Neoliberalismo y pobreza. Incomunicación y violencia. La infancia es la raíz de todo lo actual: la inseguridad, el pesimismo, la desilusión crónica; pero también es lo que poda, lo que saca todo lo marchito para crecer mucho más fuerte, "alto y elegante cual ciprés / más herido pero sin disfraz / feo pero colorido pez / como el de un jardín japonés". Si en algún momento fuiste un loser te tenés que sentir tocado por esos versos, y más sobre la base milongueada de guitarra de cuerdas de nylon. Si no, fuera de este blog, la concha de tu madre. Acá hay un par de versos de una joya absoluta de Jaime Roos -el tema "Quince abriles", del disco Siempre son las cuatro- que son palabra santa: "Toda la gente que bailaba / yo esperando el momento / más oportuno para sacarte / y bien sabía que mis vueltas eran falsas / no lo iba a intentar / otro cumpleaños que miraba de reojo / sin saber bailar".

Regla número uno: 
Éste es el blog de alguien que hoy la pone pero fue un loser posta y sufrió mucho por eso.

"La casa abandonada", llena de triángulos, percusiones programadas, ruidos y voces habladas, es un retrato árido en sepia, cercano a "La casa de al lado", de Fernando Cabrera. "Fin del verano", el tema que cierra el disco, va por el mismo lado. Terminan las vacaciones y hay que volver. Estamos en mil novecientos noventa y poco, y suena murga en la radio. Oh, murga, esa que odian (o peor: "incorporan irónicamente") los habitantes de La Ronda. Nota: tengo que escribir sobre La Ronda. Tengo que escribir sobre boliches para que nunca se mueran del todo como BJ. No voy a escribir sobre BJ porque ya lo hicieron mucho mejor. 

"Me acuerdo de Felipe" es un caso documentado de proto-bullying: un grupo de niños crueles (valga la redundancia) se ríe de un nene y le arruina la vida. En "El ojo de la tormenta" sobre una base deliberadamente candombeada, la gente se da contra paredes y vende el alma, pero el estribillo (el más lindo del disco) los salva, aunque no dice nada en concreto: "Los minutos de felicidad / las horas elegidas / los días en otra ciudad / las semanas perdidas / los meses como eternidad / los años de suerte / el miedo a la soledad / el miedo a la muerte". Todos sintagmas nominales. Todo nostalgia. Candombe posta, sin boludeces de ghettos y mamas viejas. Para el mismo lado va "Si siguiera mi institnto": sobre un teclado que parece tocado por Ray Manzarek, Franny (no Deniz) confiesa frases que uno no puede más que creer, como "te hubiera desvestido si siguiera mi instinto". El que no sintió eso nunca puede sacar el carnet de habitante de Ganímedes. El instinto casi freudiano (es la palabra que se le ocurrió a algún traductor español para la voz alemana trieb, mejor traducible como "pulsión") y la neurosis, infaltable en la música que, sea lo que sea, se cobija bajo el rótulo de indie. Gente que histeriquea, sufre, vueltea, pero no coge. Como yo con mi ex. Gente que no sigue el instinto, o capaz no tiene, o capaz lo disolvió a fuerza de domingos de sábanas pegajosas y humo de puchos de fumador pasivo, porque no hace nada, porque se deja garchar las branquias por enormes porongas de humo de nicotina y tabaco quemado.

¿Por qué le creemos a Franny Glass? Porque dice un par de cosas incómodas y no "incómodas". "Incómodas", con comillas, es La Polla Records hablando de meter políticos en cámaras de gas. Incómodo es que lo último que diga un disco es, sobre un rasgueo candombero, "pero el verano no estuvo tan mal". No te lo cree nadie, Franny Glass, porque todo verano pasado fue peor. y más si fue en los 90, y más si éramos chicos y más si me lo cantás así, con esa voz de recién levantado, con esa melancolía de garganta a la Salinger. Esa también es una forma de honestidad, que no tiene nada que ver con decir la verdad. Se trata de meter el dedo, no en esas áreas donde la corrección política o la ideología supuestamente oscurece el terreno, sino donde la fuente de la penumbra es nuestra propia tristeza, porque los hechos pasados son demasiado tristes o porque, mirándolos a través de los años, representan algo que ya no somos. Pero lo triste siempre es bueno. Ahí está la llaga. La tristeza es capaz de deprimir cualquier toma de poder por parte de las fuerzas anarquistas, porque se puede hacer una revolución con gente quemada pero no con gente triste. La tristeza es una fuerza de la naturaleza. La tristeza ES una revolución.

Regla número uno:
Lo triste siempre es bueno.