martes, 23 de junio de 2015

Pavimento del buen abuelo



"You're so beautiful to look at when you cry
freeze, don't move
you've been chosen as an extra
 in the movie adaptation 
of the sequel to your life"

Siempre vuelvo a ese tema de Pavement. Habla de una primera cita con ostras y pagar la cuenta en partes iguales. Nada que ver con el clima de hoy, ni el meteorológico ni el otro. El disco salió cuando yo tenía 12 años. Ahora escarbo y no encuentro recuerdos de esa época, ni siquiera un clima. Conservo datos biográficos sin alma -en qué año de escuela estaba, quién era el presidente- y el primer disco que mis diez dedos doceañeros tuvieron como propiedad. Era el Orozco, de León Gieco, mucho más triste que la canción que lo hizo famoso. La escenita, fuera de contexto como si esto fuera Boyhood, es en una hamaca paraguaya en el campo de mis abuelos en Soca, el lugar más lejano al que me permitían ir solo en ómnibus con esa edad. Alguna vez me pasé de parada y terminé dos kilómetros más cerca del fin del mundo, lo que en ese momento se sentía como estar irremediablemente perdido para siempre, pero que mi abuelo solucionaba rápido en un viajecito de su moto ruidosa, que años más tarde me dejaría manejar para ir al pueblo por la ruta, sintiéndome un dios motorizado. Me acuerdo de ir atrás en la moto, agarrado del abuelo en un abrazo avergonzado, respirando aire de campo y olor a abuelo. Me acuerdo del perro Bobi, hilo conductor de la infancia, que le hizo honor a su nombre y se tiró al pozo de agua, de donde lo sacaron hecho una bolsa oscura y ahogada de piel y huesos. Me acuerdo de que el abuelo, mentiroso como si su oficio fuera ése y no la carpintería -la profesión de la familia, que yo vengo a ser el primero en discontinuar con herejía-, mentía que había un cocodrilo en el fondo del pozo, como no fueran suficientemente escalofriantes los metros incalculables y la negrura húmeda que veíamos cada vez que nos asomábamos al borde del cilindro de ladrillos injerto en la tierra, armados de cagazo y valor. Me acuerdo de los gallos que nos clavaban sus espolones en los tobillos y de los terneros que abandonaban la simpatía cuando se convertían en vacas o que se vendían cuando mutaban en toros. Me acuerdo de los campamentos, del perfume del eucaliptus y del monte que -eso era verdad- escondía gatos monteses, de matar latas ya sin arvejas con una chumbera inofensiva, de plantar un carozo de ciruelo y verlo convertirse en un árbol que parecía siglos más viejo que yo, de los huevos caseros de gallinas sanas y con yemas naranja como un atardecer de embole infantil mientras los adultos pescaban, de comer las verduras que paría el huerto, de la máquina de cerrar latas de tomate para que ingresaran en conserva. Me acuerdo de desmenuzar el librito del disco y aprenderme todo el tema "Ojo con los Orozco", de más de cinco minutos de duración y una sola vocal. Me acuerdo de querer sorprender a los adultos y lograr la limosna de atención que les quedaba libre los domingos de un fútbol que todavía no entiendo.

Hoy el abuelo no va a volver a la casa de campo.

A los dos, al viejo y a la casa llena de arañas, les debo las pocas escenas de 12 años en la adaptación fílmica de la secuela de mi vida. Y capaz le debo un poco más. 

Un chau seco, porque no hay bebida en casa y porque I'm 
not
beautiful
to look at
when I cry.

24/5/2015



2 comentarios:

  1. lloré un poquito. porque te quiero y porque decir chau, aunque sea el chau de otro, deja los ojos un poco húmedos.
    imaginate que te abrazo, como el último abrazo en esta ciudad (puta)tiva que tengo.

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