"No soy una estrella porno
no soy una estrella errante
soy una estrella negra" dijo, y se nos apagó.
Bowie sabía que la cuenta regresiva del cáncer se estaba acercando a cero. Ahora, con el diario del martes, parece obvio que un tipo que hizo de su vida una obra de arte no iba a desaprovechar su muerte, esa materia prima inagotable. ★ (Blackstar) es eso: la piel que deja el camaleón antes de volverse color nada, una marcha (así le decíamos a la música electrónica en los noventa los que no sabíamos nada de música electrónica) fúnebre a sí mismo de siete tracks, una profecía a corto plazo. Una última guiñada con sus ojos de pupilas asimétricas. Una corona doble: floral y de duque.
"Mirá acá arriba, hombre
estoy en peligro, no tengo nada que perder
estoy tan alto que mi cerebro es un remolino
dejé caer el celular hasta allá abajo
¿no suena a algo que haría yo?", adelanta David Robert en "Lazarus".
Levantate y andá, Bowie. Levantate y andá.
Ayer estaba en Piriápolis, trabajando y juntando en mi cráneo energía solar que se traduciría en una insolación satánica. Pocas veces sentí que el sol era tan negro. La falta de celular -yo también lo dejé caer- hizo que me enterara de la noticia en medio de un almuerzo con cosas que elegí no comer. Una gurisa lo comentó al pasar y pensé que era joda hasta que me mostró Wikipedia. La odié un buen rato. Los mensajeros están para eso.
Después se me filtraron tres lágrimas. Las conté. Hubiese sido más poético homenajear a "Five Years", pero mis glándulas lagrimales no saben nada de gestos simbólicos. Legué a casa muy parecido a muerto y me puse a escuchar el último-último disco de Bowie, algo que estaba postergando hasta no encontrarlo en alta calidad. Lo escuché en un video de Youtube con sonido horrible. Y era de alta calidad.
El tema que cierra el disco dice que él sabe que hay algo que está mal y que hay diseños con calaveras en sus zapatos. Se titula "I Can't Give Everything Away". No puedo entregarlo todo.
Es mentira.
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