Spoiler: lo que viene está lleno de spoilers.
El otro día estaba mirando Battlestar Galactica (BG). Wikipedia la define como "a military science fiction television series", que yo traducira como "una serie televisiva de ciencia ficción miliquera". Es de Ronald D Moore, un pibe que pasó de mandar un guión a Star Trek: The Next Generation (la del pelado Picard) a ser editor de guiones y cabecilla general de la última temporada, en 1994. BG es una remake de una serie de los 70: hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana, hay una guerra milenaria entre humanos y androides (cylons). Los androides matan a la mayoría de los humanos de Caprica, el planeta central de la civilización, y después persiguen a los que siguen vivos y esparcidos por colonias, naves y asteroides por el espacio. No son exactamente nosotros: la religión es politeísta, las puteadas son otras (se usa el verbo frack en vez de fuck) y hay tradiciones distintas. Eso sí, las jerarquías militares son iguales. Ciencia ficción miliquera.
La guerra se complica cuando los cylons producen una serie de robots de apariencia humana, capaces de infiltrarse entre la gente y colocar bombas, sabotear comunicaciones, robar información y asesinar líderes. Cuando la flota de una nave -la Galactica- logra capturar a una cylon de aspecto humano, se produce una especie de milagro: ella da a luz a un bebé que concibió con un humano. La presidenta, en colaboración con los militares, le dice a los padres que el niño no sobrevivió. El plan es que otra mujer se haga cargo de la criatura (en todos los sentidos del término) para estudiarla y ver en qué evoluciona esa mezcla imposible de ADN humano y lo que sea que tengan los robots adentro del núcleo de lo que sea que tengan por células. El bebé de esta señora, que nació muerto, se lo entregaban a la pareja humana-cylon, y ella jura no hacer preguntas sobre el origen de su hijo nuevo.
La presidenta lo hace con más determinación que culpa. Es un mal necesario, más necesario que mal. No hay grandes dramatismos de banda sonora ni juicios morales. Es una guerra. Eso resonó con una palabra que las semanas anteriores había sonado por todas partes, junto con el número 111.
Expropiación. Así le llamamos a eso en estas latitudes.
Claro que la referencia que prefieren los yanquis es la Segunda Guerra Mundial, porque la ganaron. En la tercera temporada (SPOILERS) los cylons encuentran a los humanos y los esclavizan, encierran a los disidentes en campos de concentración y controlan a todos con ayuda de humanos colaboracionistas, onda judenrat. Pero la obra está en el aire, y el clima de paranoia, la idea de que "ellos están entre nosotros", las bombas y otros detalles (los robots están divididos: los hay más radicales y más moderados, más y menos dispuestos a matar humanos, más diplomáticos y más armados), leídas desde cuentas de Netflix del Cono Sur, no pueden no resonar con cosas que empezaron a pasar acá cuando salió la serie original y que terminaron en la época que se me ocurrió nacer.
Esa escena expropiadora nunca podría salir de cabezas latinoamericanas. Probablemente tampoco BG. Es posible que la ficción estadounidense hable tanto de regímenes autoritarios miliqueros porque nunca los vivió, y es muuuy difícil identificarse en estas latitudes con un militar que mete la mano para revolver a los civiles. En el relato latinoamericano -bah, de los latinoamericanos que piensan más o menos como yo, que leen más o menos las mismas cosas que yo y van a los bares que más o menos voy a verse con gente más o menos como ellos, y que en algunas madrugadas de delirio creemos que equivalemos al todo- no hay otro final feliz que recuperar al hijo, que conozca a sus padres verdaderos y que se juzgue a los expropiadores. Voy por el comienzo de la temporada 3 y eso no pasó. No creo que pase (prohibido spoilear; haz lo que yo digo).
Hace poco un joven crítico de cine uruguayo (si Gabriel Sosa esquiva el nombre en sus notas, ¿por qué lo escribiría yo?) tiró en una cena de panqueques y vino una lectura interesante de The Leftovers, esa serie que no me atrevo a mirar a causa del "de los creadores de Lost" y a pesar de Christopher Eccleston. Los yanquis nunca lidiaron con la ausencia, con la desaparición, con no tener un cuerpo que enterrar; tan así que tienen que imaginar motivos sobrenaturales para poner esas ideas en juego.
Hace un tiempo me enfrasqué en una discusión triple -probablemente también regada de vino- sobre una respuesta del Trivia. ¿Cuál es el verdadero nombre de Superman?, era la pregunta, y la respuesta, Clark Kent. Alguien salió a refutar con el monólogo final de Bill en Kill ídem: la verdadera identidad es Superman, y Clark Kent es la máscara que adoptó para camuflarse entre los humanos de Metropolis. Clark Kent es como nos ve. Yo me metí a bardear: ninguna de las dos respuestas es correcta, con el perdón de Quentin.
La respuesta correcta es Kal El, el nombre que le dieron sus padres antes de depositarlo en esa cuna intergaláctica que lo alejó de Kriptón instantes antes de que el planeta explotara. Está claro que los Kent son salvadores, acogedores, y no expropiadores: adoptaron al niño que levantaba tractores de futuros menos marcados por la bonhomía (de bon homme, no de Bonomi). Podría haber sido peor, y hay cómics como Speeding Bullets (dibujado por Eduardo Barreto, uruguayo) y The Nail que lo prueban. (Ambos son historias de mundos paralelos. En el primero, la nave cae en Gotham City y lo adopta la pareja Wayne. Cuando los matan a la salida del cine, Bruce se convierte en un vigilante urbano superpoderoso. En el segundo, Kal cae en una comunidad amish que lo oculta del exterior, y el mundo se convierte en un lugar horrible bajo la influencia de Lex Luthor).
Pero la identidad es la identidad, y no hay que olvidar que según algunas versiones de la tragedia de Kriptón, la culpa de que el planeta explotara es de los militares que gobernaban el planeta -en algunos relatos hasta con golpe de Estado y ejecuciones de por medio- y no le dieron pelota a las advertencias de los científicos. El Último Hijo de Kriptón es huérfano por culpa de los uniformados. Ciencia ficción miliquera. Así que cuando alguien pregunta cuál es el verdadero nombre de Superman, alguien como yo, que lee más o menos lo que leo yo y que vota más o menos lo que voto yo, debería responder, sin dudar, Kal El.
Dale vida a esto, bo'.
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